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Cómo la IA está transformando nuestra relación con la imagen y el poder de la representación.

Autor: Juan Manuel Santamaría

La imagen ha sido siempre un lenguaje, pero hoy, con la inteligencia artificial, se ha convertido en un producto industrializable a gran escala. Si antes la fotografía y el cine ya habían transformado nuestra relación con la representación, la IA generativa ha despojado a la imagen de cualquier vestigio de autoría y presencia humana. Nos encontramos ante una nueva forma de reproducción, donde las imágenes no solo se multiplican, sino que se crean sin origen, sin una intención que no sea la de cumplir una función predeterminada por el algoritmo.

La IA no «ve», sino que calcula. Su capacidad de generar imágenes no nace de la observación, de la experiencia o de la intención artística, sino de la estadística y la correlación de datos. Una imagen creada por IA no es una representación, sino una simulación de lo que creemos que una imagen debe ser. Al igual que la fotografía modificó nuestra percepción de la pintura, la IA está transformando nuestra relación con la imagen en sí misma, convirtiéndola en un artefacto sin historia.

Pero ¿qué significa esto en términos de poder y control? La imagen, como siempre, es un vehículo de ideología. Los modelos de IA están entrenados con imágenes preexistentes, que ya llevan la carga de la historia, de la mirada masculina, del capitalismo, de los prejuicios raciales y de clase. En este sentido, la IA no es neutral: reproduce y amplifica las estructuras de poder establecidas. No nos ofrece una nueva manera de ver, sino que refuerza las viejas formas de representación con una eficiencia mecánica y a una escala nunca antes vista.

El arte, cuando es humano, es un acto de comunicación, una ventana a la experiencia del otro. Pero en la era de la IA, la imagen se convierte en mercancía pura, optimizada para el consumo, fabricada para ser descartada y sustituida por otra en cuestión de segundos. La imagen ya no es testimonio ni reflexión, sino un flujo incesante de estímulos destinados a satisfacer la demanda inmediata.

El problema no es solo la rapidez con la que las imágenes son creadas y consumidas, sino el modo en que afectan nuestra percepción del mundo. La IA es capaz de generar imágenes hiperrealistas que borran la línea entre lo real y lo artificial. Esta confusión no solo altera nuestra relación con la verdad, sino que también condiciona la manera en que interactuamos con las imágenes y les otorgamos significado.

Además, la dependencia de la IA para la creación visual plantea preguntas sobre la creatividad humana. Si la producción de imágenes ya no depende del ojo del artista ni de su interpretación del mundo, sino de un modelo matemático que replica patrones existentes, ¿qué sucede con la innovación? La imagen creada por IA es una amalgama de lo ya conocido, una reelaboración de lo que hemos visto antes, empaquetada de forma más atractiva, pero sin el matiz de la experiencia y la subjetividad del creador.

También debemos considerar el impacto en los artistas y creadores visuales. La IA amenaza con desvalorizar el trabajo artístico, ya que muchas empresas y medios optan por utilizar generadores de imágenes en lugar de contratar diseñadores, ilustradores o fotógrafos. En este contexto, la imagen deja de ser una obra con propósito y pasa a ser un producto hecho para cumplir una función específica de manera eficiente y barata.

La pregunta que debemos hacernos no es si la IA puede crear imágenes más realistas o impresionantes, sino qué estamos perdiendo en el proceso. La imagen generada por IA nos aleja de la experiencia de ver, de interpretar, de encontrar significado en la textura, la composición y la intención del creador. Se nos da la ilusión de una creatividad infinita, pero se nos priva del verdadero acto de mirar.

Para recuperar el sentido de la imagen, debemos resistir la pasividad del consumo y reivindicar la mirada crítica. En una época donde las imágenes se generan a la velocidad del pensamiento, lo revolucionario es detenerse a mirar con atención, cuestionar lo que se nos muestra y preguntarnos quién define lo que vemos. Solo a través de una mirada reflexiva y activa podremos entender la diferencia entre la imagen como herramienta de comunicación y la imagen como simple objeto de consumo.